sábado, 16 de mayo de 2020

Contingencia y mudanza

El encierro es lo que más anhelaba, lo quería con toda mi alma, pero ahora estoy confundida, agobiada. Tengo demasiadas cosas en casa, tantas que desbordan los muebles y se riegan por los pisos, no como ríos que dan armonía y limpian, más bien como lava que impide la transparencia, que oculta las cosas que quedan debajo, lava que arrasa con los pisos y forma algunos huecos donde se esconde la gata. Esta lava densa, ardiente, lo pierde todo.

*

Cuando el gobierno de México encabezado por Ávila Camacho expropió los terrenos del Pedregal de San Ángel en 1946 para construir Ciudad Universitaria, se eligió esas tierras ejidales porque eran baratas. La roca volcánica es muy nutritiva, rica en minerales, pero demasiado dura para los campesinos mexicanos, incapaces de explotarlas sin instrumentos ni recursos. Tuvieron que vender barato.



Se compraron 733 hectáreas para construir el conjunto en el que probablemente hoy algunos de sus nietos o bisnietos, hasta marzo pasado, se formaban en la academia para no trabajar el campo con sus manos. Fragmentos aquí y allá entre las instalaciones dedicadas a la docencia, investigación y divulgación entre los que 237.3 hectáreas sobreviven salpicadas entre los edificios como reserva ecológica. Vida hecha de hermosos helechos, cactáceas, girasoles, mastuerzos, algas, hongos, líquenes; vida hecha por los colmillitos de las muchas especies de ratas, arácnidos, murciélagos, serpientes, ardillas; caracoles, zorras grises, tlacuaches, cacomixtles, urracas...

*

Desearía que esta lava de cosas se petrifique, que no siga avanzando, que el magma se detenga y empiece a ser fértil. Quizá en cien años emerjan helechos desde donde pondré mis ojos para ver el sol. Hoy me toca cerrarlos porque no puedo limpiar todo esto.

 


Magueyes en la REPSA, 2019.




Duraznos en la REPSA, 2020.


lunes, 5 de marzo de 2018

FICUNAM 2018. Cine con amigo

Algunas ideas sobre los cortos vistos en una función del Festival Internacional de Cine de la UNAM gracias a un amigo que es un brillante crítico de cine y cuyas columnas pueden leer en la revista electrónica Punto en Línea, Atalante.







Frases de fantasía. Dir. Dane Komljen
Alemania-Dinamarca, 2017
Duración: 17'

Imágenes de video casero en blanco y negro de niños esquiando, días de campo en colores unidas por el sonido ambiente de aves en algún bosque que no es éste que miramos, que fueron captadas por separado mientras el hombre no estaba allí...

El director empalma dos discursos bien distintos para unir imágenes con sonidos inconexos aparentemente. Sólo al principio y al final aparece la verbalidad, palabras que presuponen lo terrorífico. En el prólogo, la voz distorsionada de una anciana que describe lo que ocurre al caer la tarde nos habla de cómo se desgarra la carne, se cae y expande la piel y se derrama la sangre. Uno espera espantos. 

No obstante, al final lo que hay es lo humano, lo simple, lo sencillo, el lujo de pasar el día al lado del lago. El hombre disfrutando la naturaleza, los recuerdos, frases que nos hacen cuestionarnos lo que ocurre cuando estamos y cuando no estamos. 

Hacia el cierre, entra música in crescendo, que lleva hasta la tensión el final con tomas de árboles, viviendas y edificios de concreto, solitarios, murales desconchados, como diciendo: "Mira acá, donde nadie ve, no pasa nada si no hay hombres, sin embargo, ahí está su huella". 

El epílogo es una toma fija de un espectacular desgarrado y otra voz en off que describe casi con las mismas palabras lo que ocurre al atardecer. La voz de un hombre que ya no prevé carnes que se abren, ni sangre ni piel desgarrada. Como si las historias de la abuela fueran arrasadas por la urbanidad y por el presente, como si perdieran su misterio y su terror.


miércoles, 8 de noviembre de 2017

La Hija del Cielo

Cada mañana una sonrisa, una invitación a tomar café, una generosa rebanada de panqué hecho por ella la noche anterior, un abrazo siempre oportuno. Incluso ir de compras o el chismorreo franco era una delicia con Aurora, como me recuerda Carola, su mejor amiga, su “mana”, su niña consentida.

¿Quién iba a imaginar que la oficina sería un segundo hogar hasta con familia? Porque ese sentido tenía para mí su presencia, ¡qué bendición haber formado parte de la familia de Auro! Habría querido que mi propia madre la tratara y habrían sido grandes amigas, pero ya no tuvimos tiempo.

Aurora era calidez empezando por sus ojitos de miel. Generosa hasta desvivirse por sus seres queridos, porque su familia era lo máximo para ella. Ellos eran los protagonistas de tantas historias que nos compartió a la hora de la comida en esta oficina; a quienes les buscaba un recuerdito de Guadalajara cuando viajábamos juntas a las jornadas de trabajo anual en la Feria Internacional del Libro.

En la ceremonia de ayer me habría gustado estar menos afectada, haberme contenido, pero sé que ella me habría abrazado. Y extraño su abrazo, me hizo mucha falta. Aurora era amada hasta hacer volar desde tierras lejanas a amigos y familiares prestos a cuidarla, a quererla siempre, a rendirle su amor. Ella misma, lo dijo su hermana mayor Carmen, habría estado molesta con la disposición de las flores y lo malhecho de los moños. Hubiera organizado todo para que fuera perfecto, bonito y modesto.

Yo querría aceptar su libertad, su transformación inmaterial; aún me es difícil. Acompaño a su familia, a sus hermosas y fuertes hermanas e hijas, a sus queridísimos nietos, a sus sobrinos y primos, los acompaño de corazón. Deseo que podamos todos honrar su memoria disfrutando la vida como ella lo hizo.

*

Hace unas semanas leí la traducción del Rig Veda (Conaculta, 2010) hecha por el doctor Juan Miguel de Mora (1921-2017), entre esas páginas está uno de los himnos dedicados “a la Aurora”. Me di cuenta de que mi amiga había sido definida, en mucho, por su nombre, pues con ella empezaba la vida cada día en nuestra oficina: con su sonrisa, con gozo por vivir. Ella insuflaba el amor en el trabajo y al trabajo, nos unió a todos aquí. (Vale decir que, como profesional, será un reto encontrarle reemplazo.)

Pensando en el himno védico, en esa civilización que valoraba tanto los bienes materiales, mi amiga era una magnífica cocinera. El alimento era sagrado para Aurora. Solía desvelarse para cocinar banquetes con los que agasajaba a sus amigos, a su familia y a su equipo de trabajo. Preparaba cada bocado buscando siempre la sazón perfecta para compartir a quien gustara sentarse a su mesa. Era un agasajo comer con ella.

Justamente este himno, escrito en sánscrito hace entre cuatro y ocho mil años, subraya para mí la vitalidad de Aurora: la vida es ahora, la vida es hoy; el presente se agradece y se disfruta, pues cada día es un nuevo día. Aurora era espontánea, divertida, celebraba cada broma sin lamentarse nunca por las batallas ni las heridas viejas.

Su ausencia se siente al empezar la jornada. Ella encarnaba la belleza matinal. Con su amistad en mi corazón, es parte de mi vida para siempre.


Reproduzco el himno, a su vez, publicado en el sitio de Círculo de Poesía.

a la Aurora
(I. 113)


La luz se aproxima, la más bella de las luces:
el radiante mensajero ha nacido ya poderoso.
La Noche había surgido impulsada por Savitar:
ahora cede su lecho a la Aurora.

La brillante ha venido en toda su blancura con su ternero esplendente;
La negra ha dejado su lugar ante ella:
una y otra de la misma raza, siguiéndose mutuamente de manera infinita,
las dos mitades del día avanzan alternando sus colores.

Común e ilimitada es la ruta de las dos hermanas;
e instruidas por los dioses, una tras otra la siguen.
Ni se tropiezan ni se detienen, están bien ajustadas,
Noche y Aurora, de un mismo corazón aunque de aspecto diferente.

Resplandeciente guía generosa, ella ha aparecido;
radiante, nos ha abierto las puertas.
Actividad de los seres vivientes, ha revelado nuestras riquezas:

la Aurora despierta todas las cosas.

El que estaba acostado cuán largo era,
es incitado por ella, la generosa, a levantarse;
algún otro, a buscar alimentos o riqueza.
Y a los que tienen débil vista, les hace, la Aurora, ver a lo lejos.

Uno buscando autoridad, otro la gloria
y aquél el honor: así cada uno va hacia su objetivo.
Para que consideren las múltiples formas de la existencia,
la Aurora ha despertado a todos los seres.

Esta Hija del Cielo se ha mostrado en la luz,
mujer joven de radiante vestido.
Tú que reinas sobre todos los bienes terrestres,
benéfica Aurora, brilla hoy hacia abajo.

Ella sigue el camino de las auroras pasadas
y marcha en cabeza de las que todavía van a venir.
Al brillar, hace aparecer todo lo que vive,
pero a lo muerto, la Aurora no lo saca de su sueño.

Ya sea que tú hayas hecho encender el fuego
o que a la mirada del Sol te hayas incendiado,
o que hayas despertado a los hombres para el sacrificio,
has recogido un espléndido mérito para los dioses.

¿Por cuánto tiempo estará ella a medio camino
entre las que han brillado y las que brillarán?
Se apega a las primeras llena de sentimiento;
pero pronto sigue, complaciente, a las otras que la esperan.

Quedaron atrás los mortales que vieron surgir la Aurora de otros tiempos.
Es de nosotros de quien ella se deja mirar ahora,
y he aquí que ya se acercan
los que verán las auroras del porvenir.

Rechazando los odios, guardiana de Ṛta,
y nacida en Ṛta, rica en favores, dadora de beneficios,
feliz en sus presagios y llevando al invitado divino,
levántate Aurora: tú eres la más bella de todas.

Hasta el presente la diosa Aurora se ha levantado siempre.
Hoy, una vez más, la Generosa apareció.
Se levantará en los días posteriores.
Sin envejecer y sin morir, ella marcha conforme a su destino.

En los pórticos del Cielo la diosa ha brillado con sus ornamentos;
ha rechazado de sí el negro adorno.
Despertando a los hombres llega la Aurora
sobre su bello tronco de caballos sonrosados.

Aportando su deseada generosidad,
dispone su emblema luminoso visible a los ojos.
Última de las Auroras pasadas, primera de las
que aún nos alumbrarán, ha resplandecido.

¡Levantáos! El espíritu de la vida está en nosotros;
las tinieblas se han ido, llega la luz.
Ella ha desembarazado el camino para que avance el sol:
llegamos a los lugares en que la vida se prolonga.

El oficiante que alaba, por las riendas del discurso
promueve y guía a las Auroras brillantes.
Alumbra pues hoy para el cantor, ¡oh, generosa!
Concédenos una existencia plena de hijos.

Para el mortal que les brinde honores, ellas guardan
las vacas y todos los héroes, las Auroras que suben.
Que pueda alcanzarlos el sacrificante, donador de caballos,
cuando el himno de las generosidades ha pasado como el viento.

Madre de los dioses, rostro de Aditi,
emblema del sacrificio, alta Aurora resplandeciente.
Haz honor a nuestra plegaria, levántate,
déjanos nacer entre los hombres, tú que todo lo concedes.

La espléndida, la bienhechora recompensa,
que dan las Auroras a quien sacrifica y realiza el rito,
quieran conferírnosla Mitra, Varuna, Aditi

y el Río, la Tierra y el Cielo.


Cráter del Nevado de Toluca, fotografía tomada al alba del domingo 15 de octubre de 2017.
Crédito: Silvia Elisa Aguilar Funes.




viernes, 29 de septiembre de 2017

El fantasma del metro de París: Benjamin Clementine


El 19 de enero pasado, Gorillaz adelantó una muestra de su disco Humanz con el lanzamiento de “Hallelujah Money”. El tema era pertinente frente al panorama político mundial al referirse metafóricamente al discurso que llevó a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, cito los primeros versos:


Here is our tree
That primitively grows
And when you go to bed
Scarecrows from the Fas East
Come to eat
Its tender fruits
And I've thought the best way to perfect our tree
Is by building walls

Aquí está nuestro árbol
Que crece ancestralmente
Y cuando te vas a la cama,
Los espantapájaros del Lejano Oriente
Vienen a comer
Sus tiernos frutos
Y he pensado que la mejor manera de perfeccionar nuestro árbol
Es construyendo muros 


La letra es producto de la colaboración entre Damon Albarn y Benjamin Clementine y se lanzó un día antes de iniciar formalmente el gobierno del actual habitante de la Casa Blanca. El día del lanzamiento, le dediqué un mínimo de atención. La voz del cantante invitado en el video me pareció potente, muy atractiva.

Unos días después, un amigo dio con el videoclip de “Condolence” y lo compartió en una red social. Las sensaciones que me produjo desde las primeras notas hasta la letra y, desde luego, la poderosa voz de Benjamin Clementine me estremecieron; hacía tiempo que la música no penetraba de esta manera en mi cabeza. El videoclip, en blanco y negro, sigue al hombre descalzo que despierta para atravesar un camino rocoso que se extiende por un acantilado, un muelle, la ciudad y vuelta al pedregoso campo irlandés.



This voice, this particular voice
Yes, you’ve heard it before, before
And so don’t you dare tell it,
Don’t you dare tell it otherwise

Esta voz, esta voz particular
Sí, la has escuchado antes, antes
Así que no te atrevas a decirlo,
No te atrevas a decir otra cosa


Busqué nuevamente el dueto con Gorillaz, más cercano al trip-hop que a la especie de jazz ecléctico que Clementine ejecuta en solitario. “Hallelujah Money” se puede ver incluso como un performance de intención política con obvias referencias a la tierra del cowboy por excelencia Clint Eastwood y a The Good, The Bad And The Ugly. Como si se tratase de una oposición, los temas de las canciones del joven de ascendencia ghanesa exponen su vida interna. El efecto que me produjo la actuación con Gorillaz no era el mismo. Las diferencias entre lo expresado en uno y otro proyecto no tenían relación. No obstante, la voz, la personalidad de este cantante, es el elemento común.





Obsesionada, busqué más información y materiales del hombre cuyo entrenamiento vocal ocurrió en el metro francés de manera autodidacta. Hay registro de sus andares en el subterráneo parisino donde un público fortuito, seducido por el busker* nacido a finales de los ochenta, tira euros a sus pies. Se trata de videos captados con smartphones por pasajeros que aseguran en sus comentarios: “Siempre que subía al metro esperaba encontrarlo”, “Su voz es invaluable” y “Ahora es un Mercury Prize”. Entre estos videos, se puede encontrar una versión muy libre de “I got no, I got life” de Nina Simone, un cover de “Rehab” de Amy Winehouse y otro de “Ordinary People” de John Legend. Y sí, obtuvo el Mercury Prize en 2015 (premio que, en efectivo, constó de 20 mil libras), un reconocimiento anual que se otorga a lo mejor de la música de Inglaterra e Irlanda.

También en 2015, grabó una colaboración con Charles Aznavour, “You’ve got to learn” que está incluida en el disco Encores del reconocido actor y cantante francés. Aznavour, que inició su carrera a los 11 años, compuso múltiples éxitos para Édith Piaf e incluso cantó a su lado, sin embargo, sólo pudo grabar un dueto con la diva hasta 1997 mediante mezcla digital. Clementine anotó en su sitio oficial que lo de Aznavour se trataría de su primera y última colaboración con algún otro artista. No obstante, gracias a la posterior colaboración con Gorillaz es que ha podido darse a conocer entre un público más amplio.






Previamente, en 2013, lanzó en la plataforma francesa Deezer un EP que contenía tres canciones: “Cornerstone”, “I Won’t Complain” y “London”. En 2014, Clementine lanzó un segundo EP intitulado Gloriuos you que contenía “Condolence”, “Adiós”, “Edmonton” y “Mathemathics” bajo el sello independiente Behind Records asentado en París. Varios de estos temas se grabaron nuevamente para At Least For Now (2015), su primer disco de larga duración que lanzó Behind en colaboración con Virgin EMI.

En el repertorio enumerado todas las piezas están acompañadas por el piano, instrumento por el que Clementine está tan ligado a Nina Simone. Otras influencias declaradas por Clementine son Erick Satie, Aretha Franklin, Frédéric Chopin, Jack Thackray, Leonard Cohen, Anohni, Marian Anderson, Maria Callas, Jimi Hendrix, Scott Joplin (“the only Joplin”, asegura en una red social fotográfica) y una variedad en la que se mezclan otros grandes del jazz, la chanson, el pop, el folk y la ópera.

Clementine es un autodidacta que aprendió observando las clases de piano de su hermano mayor, Joseph. El niño no había convivido siempre con sus hermanos, fue hasta la muerte de su abuela, que Benjamin regresó a casa de sus padres en Edmonton en la periferia de Londres.

A medida que el entusiasmo de su hermano disminuyó, el piano quedó disponible para practicar. Y como en una película, el padre le tenía prohibido a Benjamin tocarlo debido a que le había planeado una vida como abogado. La respuesta del chico fue escapar cotidianamente de la escuela para ensayar. Además, Benjamin era objeto de violencia en la escuela, por lo que huir era una necesidad para él: otro de sus refugios era la biblioteca, donde leía sin rigor académico, al azar, apasionadamente. Y fue Joseph quien lo proveyó de filosofía y poesía, y lo encomió a darle uso al diccionario para entender a TS Eliot, William Blake, Carol Ann Duffy, James Baldwin y Sylvia Plath. En suma, su cultura musical y literaria no sólo fue informal, sino también clandestina.






Tal como estaban las cosas, el cantante no pudo convivir más con su familia y, tras reprobar los exámenes para obtener el Certificado General de Educación Secundaria —únicamente acreditó literatura inglesa—, discutió fuertemente con sus padres. Con 16 años se mudó a vivir por su cuenta, aunque terminó no muy lejos, en Camdem, donde cohabitó con un amigo. Sin embargo, esta época tampoco fue miel sobre hojuelas y a los 19 años de edad se encontraba en camino a París.


Adios

Yes, goodbye, adios
Adios to the little child in me
Who kept on blaming everyone else
Instead facing his own defeat in Edmonton
After all, why should I regret
If it wasn’t for the mistakes we made yesterday?
Where would we be by now?


Adiós

Sí, adiós, adiós
Adiós al niñito dentro de mí
Que se la pasaba culpando al resto
En lugar de enfrentar su propia derrota en Edmonton
Después de todo, por qué debería arrepentirme
Si no fuera por los errores que cometimos ayer,
¿Dónde estaríamos ahora?


Huyó a la capital de Francia sin mucha idea de lo que haría allí. Ni siquiera eligió de una manera muy consciente, según su propio relato compró boleto al primer destino que le vino a la cabeza en la estación de trenes. Allí continuó en la indigencia, tocando en el metro y durmiendo en hostales sin interactuar ni cultivar muchos amigos en la tierra de las libertades.


En este último gran escape, Benjamin Clementine leyó a los poetas malditos: Charles Baudelaire, Paul Verlaine y Arthur Rimbaud. Mientras se nutría silenciosamente de estos autores, se dedicó a ensayar en la guitarra destartalada y en un teclado que ocultaba bajo la cama de la población flotante del hostal mientras que, paulatinamente, desarrollaba su técnica para ser oído a lo largo de los vagones del metro. En la entrada de Wikipedia dedicada al inglés, su voz se clasifica como tenor lírico spinto, matiz que agrupa a los tenores potentes que también alcanzan agudos de contratenor.


Alrededor de 2007 y hasta 2013 vivió de esta manera hasta que consiguió grabar su primer EP, difundido a través del servicio Deezer, y luego otro, hasta que en octubre de 2013 tuvo una participación en el programa de la BBC-Two Later… With Jools Holland. Es muy conocida la anécdota que describe a otro de los participantes de esa noche motivando muy emocionado a Benjamin Clementine para seguir su carrera tal como iba: sir Paul McCartney.

Para aquella presentación, Clementine llevaba en préstamo el mejor calzado de un amigo. Sin embargo, el joven se sintió incómodo, los zapatos estaban resbalosos y no tenía control del pedal del piano, así que sin más se descalzó en el escenario. Y así ha sido siempre, así se presentó el año posterior en un evento privado de moda, cubierto por una gabardina enorme. Por cierto, en alguna ocasión se le preguntó por qué siempre usaba esta prenda y su respuesta fue que lo hacía sentir protegido.




Probablemente gracias a esa transmisión de la BBC-Two es que el cantante haya sido fichado por el cofundador de Gorillaz, el ilustrador y diseñador Jamie Hewlett, quien propuso la colaboración para el tema “anti Trump” en Humanz. Tal vez también gracias a esta proyección fue que, en junio de 2014, Christopher Bayle, presidente ejecutivo de Burberry invitó al joven de elegante porte a interpretar su música en una pasarela de la firma inglesa fundada en 1856. Esta marca, famosa por sus gabardinas, inauguró así una serie de lanzamientos musicales con Clementine y le ha provisto de un valioso apoyo financiero para consolidar su carrera.

Benjamin Clementine se encuentra ahora mismo en medio de una gira internacional que incluye varias presentaciones en el continente europeo. En internet se puede ver su presentación en julio en el Festival Cruïlla Barcelona donde interpreta canciones de At Least For Now y del álbum venidero: I Tell A Fly, cuya fecha de lanzamiento se ha comprometido para el 28 de septiembre. 
En ese concierto, siempre descalzo, Clementine instruyó a su público para ejecutar una coreografía mientras coreaban: “I’m sending my condolence/ I’m sending my condolence/ To fear…// I’m sending my condolence/ I’m sending my condolence/ To insecurities” (“Estoy enviando mi pésame/ Estoy enviando mi pésame / Al miedo…// Estoy enviando mi pésame/ Estoy enviando mi pésame/ A las inseguridades…”). Y la audiencia lo siguió feliz.

En medio de la expectativa generada entre sus admiradores, Clementine canceló su presentación de abril en el Carnegie Hall debido a un atraso en la producción de I Tell A Fly, la cual recientemente se reprogramó para el 5 de octubre. De éste disco, se han lanzado dos sencillos, uno el 30 de mayo, “Phantom of Aleppoville”, cuyo tema es el bullying; y el 26 de junio el segundo, “God Save The Jungle”, música que ha sido descrita como “experimental”.




Clementine dedicó tiempo a leer la obra del psicólogo Daniel Winnicott, que atendió niños desplazados por la Segunda Guerra Mundial. Winnicott pudo observar las consecuencias de la violencia escolar y en el hogar que sufrían algunos niños y la comparó con los efectos de la guerra en los infantes. Pese a la gravedad de la experiencia bélica, el especialista concluyó que los resultados en la conducta de los menores eran equiparables. Leer esto para Clementine fue muy significativo debido a la situación mundial presente: el desplazamiento forzado de sirios a diversos países europeos durante la terrible guerra civil que dejó Alepo, capital de Siria, en ruinas, y millares de supervivientes huérfanos y sin hogar.

Paralelamente, el artista pasó una temporada en 2016 en Nueva York, donde su estadía coincidió con las elecciones que otorgaron la presidencia a Donald Trump. Estos acontecimientos lo han llevado a incorporar preocupaciones políticas a sus composiciones como claramente se desprende de “Hallelujah Money” y “God Save The Jungle”; o a comprender el terror que engendra la guerra, puesto que, en sus palabras, el sufrimiento de los niños desplazados es una especie de bullying cuyo ejecutante es anónimo, un fantasma.

El lanzamiento de I Tell A Fly, producción de Virgin EMI en septiembre es la continuidad de su trabajo. Sabe que probablemente no será exitoso, pero anhela que sea muy escuchado. Para el artista, que con su primer álbum ha obtenido el mayor reconocimiento en su tierra, la exploración personal sigue siendo una fuente de creatividad, pero ahora ha tendido puentes al mundo que lo rodea.




Créditos de las fotografías:

Fotograma del video “Hallelujah Money”, 1’51’’, tomado de: https://vimeo.com/200190282


Portada de At Least For Now: diseño de la portada: Benjamin Clementine, Akatre, con base en la pintura de René Magritte El hijo del hombre.


Foto de Laura Stevens tomada de: http://www.laurastevens.co.uk/portraits-i

Foto “Benjamin Clementine sitting”, credencial Creative Commons: https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/, tomada de Wikipedia: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Benjamin_Clementine_Sitting_.jpg

Portada de I Tell a Fly.


* Busker es el concepto con que en Gran Bretaña se refieren a las personas que ejecutan algún arte en el transporte público para obtener dinero.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Agüelita mi película



Eran tiempos de represión, me contaba mi abuela. Como que en otros países había harta libertad. Estaban de moda los Beatles, los Rolling, los Animals, bandas a todo dar que tocaban rock y que luego empezaron a tener éxito en los setenta. Grupos que todavía oímos mis carnales y yo, a mi abuela le gustaban también. Ella amaba leer y devoraba todo. Así fue como se hizo de educación, solita se abrió las puertas trabajando y estudiando, no le dio miedo hacer limpieza ni vender dulces en la escuela. Eso sí su única debilidad siempre fue el cine, y aunque le tocó una época de cine basura, también vivió otra totalmente opuesta.


Era bien alivianada, y es que era huérfana, de lo contrario me imagino que no la hubieran dejado salir. Imagínense, acá la pastilla anticonceptiva y las drogas que ya se usaban, todo eso que iba contra la moral de los cincuenta ¿no? Mi abuela me contaba que una vez hizo una apuesta con sus cuates, la retaron a ver la “película del momento”: Chicas casaderas. Ja, ja, ja, ja… Ya me imagino… Me puse a buscarla en YouTube y es una porquería. Decía mi abuela: “Pagué mis cuatro pesos para ver la cinta estelarizada por Maricruz Olivier, Silvia Suárez y Martha Elena Cervantes. Había hecho una apuesta con mis amigos de que soportaría verla completa y lo logré sólo por el dinero. Cuando salí del cine Coliseo y vieron mi cara morían de risa: “¡Ahora sí, Viris! ¡Ya te puedes casar!”, “¡Manual completo para ser mujercita!”, “¡Ahora sí te sabrás comportar con un hombre que te quiera de verdad!” Odiaba sus risitas idiotas, parecía divertirles mucho el que tuviera que soportar ver a una triada de niñas popis y su expectativa por casarse.”

Nota sobre Chicas Casaderas, 3 de febrero de 1961, Cine Mundial.


¡Ay, mi abuela!, era re chida, la extraño. Todavía me acuerdo de su cara cuando me contaba, con los ojos desorbitados del enojo, pero se reía también. Le hartaba pensar que era una época de libertad en todo el mundo, ¡los años sesenta! Que había un auge del cine europeo y que aquí en México se hacían esas babosadas de niñas buenas y diálogos como plastas. Estoy de acuerdo. Me puse a buscar el otro día que fui a la hemeroteca y veía en algunos encabezados sobre el cine mexicano en crisis. Era una época convulsa para la industria, aunque en esa época mi abuela no se daba cuenta de hasta qué extremo. Ella se la pasaba en el cine-club de la Facultad de Ciencias de la UNAM, que era como un oasis y que todavía lo sigue siendo. Y es que ahí conoció a mi abuelo, era uno de los programadores del club, los dos eran aficionados al cine. De algún lado lo tenía yo que sacar ¿no?

Mi abuelo decía que en casa de sus tíos compraban una revista, acá como periódico, que se llamaba Cine Mundial, porque les gustaba enterarse de los chismes de la farándula, que ya salía mucho de la tele también y chavas en bikini o envueltas en toallas, ja, ja, ja, ja… No me quedé con la duda, que voy corriendo también a buscarlo en la hemeroteca. Me mataba de risa ver los anuncios de que la cirugía estética era la onda y exhibían como trofeo a las actrices del momento con su rostro del antes y del después. Sólo que me dio cosa pensar en casos como los de Elvira Quintana, que por andarse inyectando silicón en las piernas y en las chichis terminó con tremenda bronca en los riñones. Elvirita, como luego la nombraban, tan guapa y con una muerte tan cruel.

En fin, que encontré hasta algunos reportajes de Muchachas casaderas y me acordaba de mi abuela. Pero también encontré artículos sobre Viridiana de Luis Buñuel, que era una de las películas favoritas de mis viejos, sobre todo de ella que encima se llamaba igual que la peli. Cuando se estrenó Los olvidados, mi abuela apenas iba en sexto de primaria, pero como era bien chilmolera se enteró de todo el merequetengue que se había armado. “Al señor Buñuel hasta le exigían que lo expulsaran del país. ¡Qué lamentable! Todos cambiaron de idea cuando Octavio Paz publicó a favor del filme. ¡Borregos sin criterio!” Mi abue era a todo dar, ¡ojalá un día supiera tanto como ella!

Las noticias del cine no mejoraban, hasta parecía que iba a desaparecer. Cuando mi abuela me contaba eso su mirada se ponía seria. Entre notas de farándula y anuncios para usar la cirugía estética que te hicieran ver como Kitty de Hoyos (¡qué horror!), aparecían otras sobre los pleitos de los sindicatos y la situación de crisis que atravesaba la industria. Estaban los sindicatos de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC) y de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC) que emplazaban a huelgas; que hacían llamados al Presidente de la República, Adolfo López Mateos (o Paseos, como ahora le dicen muchos), para inyectarle apoyo financiero a la industria; y las constantes consignas de la comunidad cinematográfica exigiendo que se diera apertura al cine enlatado. Chiaaaa… ¡Muchas películas de los sesenta no se vieron hasta los setenta!

Eran pocas las pelis que vale la pena recordar y rever de esos años. Cuando era niño, me gustaba ver en VHS o en la tele con mis abuelos, Los hermanos Del Hierro (Ismael Rodríguez, 1961), Viridiana (Luis Buñuel, 1961), Ánimas Trujano (1961), Tiburoneros (Luis Alcoriza, 1962), Los caifanes (Juan Ibáñez, 1964), y algunas otras. Esa de Los caifanes que risa nos daba verla: “Comunícame tu ardor” decía la Julissa, ja, ja, ja, ja… Yo me partía de la risa porque más bien me acordaba de ella en la telenovela Agujetas de color de rosa. La neta estaba más chido ese personaje que todos los fresones que hizo después y que siguió produciendo con La Onda Vaselina y el calendario del amor.


Esos pocos títulos eran excepciones. Los sesenta fue una década de crisis económica y creativa. Directores como Roberto Gavaldón o Julio Bracho ya estaban más viejitos y se dedicaban a hacer historias “eróticas” o comedias sin chiste que no trascendían más que a la taquilla. “¡Puro dinero! Ya no les interesaba hacer algo bueno”, me decía mi abuela. Luego se acordaba que había unos cines que se caían a pedazos y los que estaban más chéveres nomás ponían cintas de Hollywood y algunas europeas. Estaba de moda la Nueva Ola Francesa, una corriente que lideraban unos críticos de cine que formaron la revista Cahiers du Cinéma.


Decía mi abuelo que se acordaba de haber visto en las marquesinas títulos como Ben-Hur (William Wyler, 1959), Sin aliento (Jean-Luc Godard, 1960), La dulce vida (Federico Fellini, 1960), Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961);  y acá de producciones nacionales, unas como Juan Polainas (René Cardona Jr., 1960), Chicas casaderas (Alfredo B. Crevenna, 1961) o El extra (Miguel M. Delgado, 1962). Esa del Extra era con Cantinflas, que ya más bien parecía el señor Mario Moreno y que lejos estaba de ser la estrella de la Época de Oro. Mi abuelo Jorge invitaba al cine a mi Viris querida. No les sorprenda que sepa de cine, mis viejos siempre fueron asiduos y con ellos me crie más que con mis papás, que se la pasaron trabajando para darme escuela.

Jorge era de la clase media. ¡Gran decepción que se llevaron sus papás cuando escogió a Viris! Eso a él no le importaba, le gustaba la libertad de mi abuela, que no pensaba como otras chavas de su estatus. Cuando le preguntaba a mi abuelo qué cine prefería la clase media me decía que se sentían más cómodos con el foráneo y que por eso “había un abandono de los mexicanos a su mismo cine”. Estaba de la tostada, mi abuelo recordaba que por ahí de 1961 Carlos Tinoco, que era Secretario General del STPC y amigo de mi bisabuelo paterno, anunció públicamente que comenzarían a gestionar una audiencia con López Mateos para hablar sobre la crisis cinematográfica.

Poco sirvió. El STPC ya tenía broncas fuertes con los productores que ni siquiera pelaron sus demandas. Y es que pedían aumento a los salarios hasta en 45 por ciento y la participación de utilidades, contaba mi abuelo. Luego había también otra bronca: desde 1958 se realizaba la Reseña Mundial de Cine de Acapulco, y al igual que la producción cinematográfica, entró en crisis a principios de los sesenta.

Era un evento magno, como dirían en las revistas. Iban directores, actores, productores de todo el mundo. Mi abuelo guardaba algunos de los folletos que daban porque él fue un par de ocasiones. Venían anunciadas personalidades como Martha Legrand y Héctor Olivera, de Argentina; Otto Preminger y John Gavin, de Estados Unidos; George Sadoul, de Francia; y Vittorio de Sica, de Italia.

Ahí medio la llevaban, pero como a los presidentes les dejó de importar, el espectáculo se cayó. Ya para 1964 entró el dientón, ¡ay perdón!, el abogado Díaz Ordaz. A éste lo tengo en peor concepto que a otros, pero siendo estudiante de la Universidad Nacional no podía menos. Pues total, el Díaz Ordaz, quien por cierto fue también colaborador de la CIA, le dio al traste a la Reseña porque ya ni apoyó financiera ni políticamente la organización y en 1968 tronó, igual que tronaron otros asuntos más cabrones.

El cine mexicano se sostenía con alfileres, parecía que la situación no iba a mejorar. Pero no todo era gacho. Ya saben que en medio de las crisis aparecen cosas chidas. Mi abuelo podía comprar la revista Nuevo Cine que costaba $3.00. Yo heredé los siete números que se publicaron, son uno de mis tesoros. Era un intento de hacer un Cahiers du Cinema pero en México, o algo así me imagino. Eran críticos de cine más serios que los que aparecían en Cine Mundial y enemigos acérrimos. “¡Se daban luego hasta con el molcajete!”, decía mi abuelita.

Querían hacer una luchita para cambiar a la industria y aunque duraron poco, apenas más de un año, decía mi abuelo que era una publicación necesaria, pues “hacía contrapeso a otros periódicos y revistas que se vanagloriaban en el chisme del espectáculo”. Me gusta mucho el objetivo uno de su “Manifiesto”, el cual apareció en el primer número de la revista. Decía que buscaban: “La superación del deprimente estado del cine mexicano”.* “Es que sí era deprimente”, decía mi abuela.

Firmaban José de la Colina, Rafael Corkidi, Salvador Elizondo, Jomi García Ascot, Emilio García Riera, J. L. González de León, Heriberto Lafranchi, Carlos Monsiváis, Julio Pliego, Gabriel Ramírez, José María Sbert y Luis Vicens, muchos que luego siguieron escribiendo y publicando de cine. Sin García Riera probablemente no sabríamos de muchas películas que se hicieron en México, por ejemplo. Luego estaba Jomi García Ascot, un refugiado español que hizo un filme basado en un relato de su esposa María Luisa Elio, En el balcón vacío (1961). Es un largometraje de apenas 70 minutos filmado en 16mm que bastó para que la comunidad ávida de cine con más calidad se uniera en pro de la transformación de la industria.

Los escritores de Nuevo Cine trataban de empujar propuestas como las de García Ascot que se alejaran de los contenidos banales o moralistas que ni siquiera tenían buen uso de la técnica, o sea, como los que hacían puras porquerías como Chicas casaderas, ja, ja, ja, ja.

Lástima. La revista que era mensual nomás se publicó hasta agosto de 1962 porque no tenían financiamiento para seguirla sacando sólo “por amor al arte”. Parece que la situación de los sesenta y la de los dos miles no es muy diferente ¿verdad? Pues ahí tienen que el flamante nuevo presidente, Gustavo Díaz Ordaz, prometió sanear al Banco Cinematográfico Nacional. “¡Pinche viejo, puro atole con el dedo!”, refunfuñaba mi abuela cuando se acordaba.

Pero el STPC se sentía con ánimo, recordaba mi abuelo, y trataba de mejorar los aires del cine mexicano. Por eso en 1965 convocaron al Primer Concurso de Cine Experimental en México. El evento resultó un éxito y doce títulos quedaron en competencia. El primer lugar lo ganó La fórmula secreta, de Rubén Gámez, que es una cinta que efectivamente es una propuesta experimental, un proyecto audiovisual único en su género. “¡Qué envidia me da el Gámez!”, les decía a mis abuelos. Quería hacer algo así y ellos me decían que lo hiciera pero nunca lo intenté hasta que murieron. Y no me fue mal, mi corto se fue a varios festivales. Mis abuelos estarían orgullos de mí.




Eran tiempos de crisis para el cine mexicano. Algunas de las estrellas de la Época de Oro ya habían muerto, como Jorge Negrete, Pedro Infante o Blanca Estela Pavón. Por cierto, Blanca Estela le sacaba suspiros a mi abuelo y Viris se ponía celosa, ja, ja, ja, ja. Luego Jorge, mi abuelo, le decía que ella era más hermosa que Silvia Pinal, y ella se ponía re contenta. Luego también los géneros “estaban ya muy manoseados, porque ya uno estaba aburrido de ver los mismos melodramas cursis y comedias baratas”, decía mi Viris. La industria parecía estar sentenciada al cadalso. ¡Qué joda!


Y luego, a finales de los sesenta por si fuera poco, sucedió lo del 2 de octubre. No sé si para los extranjeros sea desconocido el tema, pero no lo creo porque estaba cerca de las Olimpiadas. Vino un chingo de reporteros de todo el mundo y aunque quisieron tapar el suceso salió en los medios. ¿No supieron? Pues para los compas más chavos, resulta que en julio una bola de granaderos quiso “poner orden” en una riña entre cuates de las Vocas 2 y 5 del Poli y de la prepa Isaac Ochoterena, incorporada a la UNAM, luego de un partido de americano. Los pinches granaderos hirieron a varios alumnos y maestros y al día siguiente como era de esperarse, la UNAM se declaró en huelga indefinida.

Al poco tiempo, varias universidades más, públicas y privadas, se unirían, hartos de tanta represión. Los chavos querían expresarse libremente, querían opinar y ser escuchados por el gobierno, por sus papás, por las empresas. También buscaban el respeto a la autonomía. A las manifestaciones acudieron amas de casa, campesinos, obreros, trabajadores de todas clases. La respuesta del pinche dientudo era mandar al ejército a madrearlos más.

Mis abuelos iban a las marchas, varias veces salieron corriendo. Se acuerdan de la del 1 de agosto, a donde fue Barros Sierra, rector en ese entonces de la UNAM, y a la del silencio el 13 de septiembre. “Tu abuelo no quería que yo fuera, pero ¡qué chingados! ¡¿A poco me iba a quedar nomás a papar mosca?! ¡Ni madres! ¡Yo también quería que cambiaran las cosas!”, me decía mi Viris toda alterada.

Eso sí… se le llenaban de lágrimas los ojos cuando recordaba el pinche discurso de Díaz Ordaz el 1 de septiembre de 1968: “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite. No podemos permitir ya que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”. “¡Pinche viejo inhumano!” Qué coraje le daba a mi abuela, porque además una de sus amigas fue asesinada en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. El gobierno dijo que murieron 20 en la redada que les preparó el Batallón Olimpia (enviado no sólo por el dientudo, sino por el Secretario de Gobernación, Luis Echeverría, abusados que al rato lo vuelvo a mentar). Algunos reporteros de medios internacionales como la BBC o The Guardian, hicieron investigaciones en donde se llegó a afirmar que fueron cientos los muertos.

La masacre del 2 de octubre es rememorada cada año con una mega marcha para que nunca se olvide. Así gritamos como consigna “¡2 de octubre no se olvida!” y siguen asistiendo estudiantes, maestros, familiares de muertos y desaparecidos, y gente de todo tipo. Pues este hecho que dejó marcado a Ordaz más que su dentadura de caballo, fue el hecho que de alguna forma marcó al siguiente presidente. “Pa pronto mijo, que gana otra vez el PRI, que gana otra vez un Secretario de Gobernación”, me decía mi abuela irónica, cuando era niño. Buenas y malas noticias. Luis Echeverría Álvarez, el que les menté hace rato, quedaría al frente del país. Las buenas eran que a raíz del 68 este cuate quería aplacar las aguas y agarró como estrategia incluir a los jóvenes.

Al principio fue más o menos lo mismo, porque en el 71 que les vuelven a partir el queso a los estudiantes. Hasta Gabriel Retes hizo una peli bien cagada en 1991 que llamó El bulto, sobre un güey que por un macanazo queda en coma hasta que despierta 20 años después, ya viejo, para enterarse que sus chavitos ya están en la Universidad, que su esposa ya hizo vida con otro güey y que sus cuates comunistas ahora hasta burócratas son. En fin, como les decía, Echeverría ya tenía plan trazado, ¡cómo no iba a ser! ¡A huevo necesitaba legitimarse en el poder porque nadie lo quería, ni a él ni al partido que representaba! Los tenían por bola de represores, cuadrados y asesinos.

Así empezó un plan en el que se trataba de incluir a la banda joven. De entrada el gabinete iba a estar formado por cuates treintañeros, ¡algo nunca antes visto! Para seguir, el Estado iba a impulsar a la cultura y uno de los beneficiados iba a ser el cine. “¡A toda madre!”, decía mi Viris, “ahora sí podré hacer pelis”. Mis viejos se beneficiaron de esta ola. Jorge consiguió trabajo en los Estudios Churubusco, formados en 1972 y trabajó como asistente de producción en películas como El castillo de la pureza, de Arturo Ripstein y Fe, esperanza y caridad, tres relatos cortos escritos por Luis Alcoriza del cual sólo vale la pena el último, dirigido por Jorge Fons. Más adelante produciría las películas de mi viejita.

Mi abuelo conoció a muchos artistas, directores, guionistas, productores y de paso yo también conocí a algunos. Era una época de bonanza, la represión se diluía y se abría paso a nuevas generaciones de cineastas con ganas de hablar sobre los conflictos sociales que antes nunca habrían tenido salida. Mi abuela hizo carrera como realizadora, a lo mejor les suena: “Viridiana Román”. Ganó premios internacionales, su película más importante fue Atravesando el desierto, traducida a cinco idiomas. Adoptó el apellido de mi abuelo, pero juntos hicieron grandes proyectos que yo admiré siempre.

Los 70 fueron años de crecimiento e independencia para el cine. “Era el mejor de los mundos posibles”, decía Jorge, porque el Estado había caído en cuenta de que se iba a beneficiar del círculo de intelectuales pertenecientes a la cultura. Fue un golpe de suerte, la mera neta. Todo se conjuntó para que así sucediera. El Estado, tras la masacre del 68 y el halconazo del 71, quería captar el apoyo de jóvenes y del círculo cultural, un grupo pequeño pero efectivo para legitimarse en el poder. Estaba la nueva generación de directores que quería expresarse y ya traía formación académica; algunos eran los primeros egresados del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos que la UNAM fundó en 1963. Entre ellos se cuentan Jorge Fons, Jaime Humberto Hermosillo, Marcela Fernández Violante y Alfredo Joskowicz (quien por cierto nació el mismo año que mis abuelos), entre otros.

Estos nuevos realizadores tenían historias por contar, historias suyas, que les pertenecían, por eso también su cine valía más. Ya no era el cine de productores que fue en la Época de Oro ni fue el cine de taquillazo como el de la crisis. Era una nueva industria tomada desde sus cimientos por el propio Echeverría, quien además tenía al frente del Banco Nacional Cinematográfico, la máxima institución de este rubro en México, a su hermano Rodolfo Echeverría o Landa como se hacía llamar cuando fue actor. A pesar del nepotismo, Rodolfo Echeverría hizo buena chamba, apoyó mucho a la producción de cine crítico, independiente. Los directores tenían toda la libertad de presentar una historia política crítica y que no sólo les fuera aprobado el presupuesto a cargo del Estado, sino que les daban todas las facilidades para terminar la filmación. Además, entraban sus filmes a cartelera en cines rescatados por el gobierno y se exhibían dentro y fuera del país. La infraestructura estaba todita a disposición de los cineastas.

Ya en los setenta estaba el auge del hippie en otros países. Estados Unidos y sus jóvenes experimentaban con psicotrópicos y su cine venía más poderoso. En el 70 se estrena Mi vida es mi vida de Bob Rafelson; Stanley Kubrick presenta en 1971 su magnífica Naranja Mecánica; en el 72 llega a las pantallas El Padrino de Francis Ford Coppola; para el 74 William Friedkin presenta la icónica cinta El exorcista; en el 75 Steven Spielberg jode a los nadadores de playa con Tiburón, y así una lista interminable de cine de culto.

En Europa y Asia ni se diga. Los experimentos también estaban motivados por los sentimientos de sus creadores, la necesidad que tenían de expresarse más a través del filme. Luis Buñuel volvía a sorprender con El discreto encanto de la burguesía en 1972, una producción francesa que ganó un Oscar por mejor película de habla no inglesa; Jim Sharman estrena en 1975 esa comedia ultra loca tipo musical, El show de horror de Rocky; y a mediados de los setenta, por no adentrarnos mucho más, aparecen tres películas que impresionaron al público del momento: La piel dura de Francoise Truffaut, El imperio de los sentidos de Nagisa Oshima, y Saló o los 120 días de Sodoma de Pier Paolo Pasolini, el último filme del italiano antes de ser asesinado.

La libertad autoral no sólo se respiraba, parecía ser exigida por un público también más exigente. “La gente comenzaba a asistir más al cine”, decía mi abuelo, refiriéndose al público mexicano viendo el cine nacional. Había una reconciliación en el fondo y la forma, es decir, en el contenido y la técnica. El cine nacional respondía a la actualidad global, también era competitivo. Proponía, reflexionaba, criticaba, declaraba que existía.

Apareció una larga lista de nombres que luego consolidaron sus carreras, como Felipe Cazals, Alfredo Joskowicz, Alberto Isaac, José Estrada, Jorge Fons, Arturo Ripstein (que ya venía de antes), Paul Leduc, Nicolás Echeverría, Raúl Araiza, Jaime Humberto Hermosillo, Julián Pastor… En fin, no terminaría en este momento de enumerarles tampoco los títulos que son imperdibles. Por mencionar algunos están Reed, México insurgente de 1970, Mecánica nacional de 1971, El castillo de la pureza de 1972, Tívoli de 1974, Canoa y La pasión según Berenice de 1975. ¡Uf! Larga lista, pero los que quieran saber más pueden buscar información en los libros, en las hemerotecas y hasta preguntarles a sus familiares.

Luego esto no duró para siempre, se acabó la bonanza porque se acabó el sexenio. Llegó la nefanda Margarita López Portillo, hermana del nuevo presidente, José López Portillo o Jolopo como todos lo conocemos hoy. Pero ese nepotismo no sirvió más que para volver a joder al cine nacional. Ni para ponernos tristes, no vale la pena recordar cómo esta mujer desmanteló toda la industria y luego le dio entrada a viejas como Sasha Montenegro, una dizque actriz bien buenota, con unas chichotas, que a la menor provocación se encueraba y que por cierto, se casó con el Jolopo.

No, eso no lo quiero contar ya, ni quiero contarles lo que pasó después. Eso ya no forma parte de mi exposición en esta clase, ni quiero aburrirlos con tanto verbo. Sólo quiero cerrar esta participación con lo que pienso sobre el cine, sus historias y el rescate de sus crónicas. El cine es también lo que aquí les cuento, la memoria de nuestro país, de nuestra cultura e identidad. Es rememorar que el cine mexicano tuvo un camino, lleno de baches bien ojetes a veces, pero que por momentos ahí medio se logró asentar. No es choro, no es sermón. Es testimonio y vida. ¡Ah, pero no se crea, profe! También es investigación sustentada con información de la hemeroteca, la videoteca y la biblioteca.

Ya hace seis años que murieron mis abuelos en un accidente automovilístico, iban a Acapulco. Cada día que pasa los extraño y a sus anécdotas, pero sus historias me hicieron ver al cine como industria, como medio, como arte, y como parte de mi vida, de mi historia. No porque mi familia la haya vivido, sino porque es lo que me precedió a mí y a todos nosotros. Es la trayectoria de los jóvenes que buscaron darle una voz digna a sus historias, de las crisis que atravesaron, de los sueños que plasmaron. Porque el cine además de arte, de instrumento político o social, es también la voz del pueblo, o eso dicen ¿no? Yo estoy cierto de que sí y que vale la pena recordarlo.

* “Manifiesto del grupo Nuevo Cine”, Nuevo Cine, año 1, núm.1, México: FCE, abril de 1961, p. 3.

miércoles, 31 de agosto de 2016

¡Salud, don Ramón!


Recuerdo a mi abuelo jodiendo a mi abuelita: "¡Rebeca! ¡Rebeca! Así te hubieran puesto, ese nombre está bien feo como tú", o retándonos los fines de semana: "Abuelito, ya vamos a bañarte" "¿Qué, bañarme? ¡Báñate tú, si tanto te gusta!". Y así, como nene rezongón, pero nada más de dientes para afuera.

Él siempre fue el más trabajador, pensativo, silencioso. Odiaba la música y la tele. A veces trataba de leer el periódico, pero en general le molestaba incluso charlar, era demasiado para él. Mi abuelo era sabío, cuando escuchaba chismes solía cerrar la plática con un: "Ya están viejos, ahí que se hagan bolas".



Aún así, me contó de la época en la que de adolescente huyó de casa porque ya no aguantaba el trabajo de peón en la hacienda de su padre, un viejo cruel y ricachón. Mi abuelo llegó a construir su casa en México con los materiales que mi abuela pepenaba de un brazo del Río Churubusco sobre un terreno de la periferia -en ese entonces-, pagando cada metro cuadrado a crédito semanal.

Él que consolaba a sus hijos chillones restregando fuerte las lágrimas y cargándolos con cariño; que lavaba la casa o guisaba para toda la familia casi a diario; él que vendía zanahorias, luego lechugas en el Mercado de Jamaica; don Ramón, que nunca se quejó de la tortura que la diabetes poco a poco le produjo.

Él que amaba las plantas y me contó cuando otro bracero le enseñó a leer cuando se fue a la pizca de naranja y algodón en California para sostener a su familia.

Mi abuelo Ramón nació el 31 de agosto de 1924 en San Francisco del Rincón, Guanajuato y por fin descansó de tanto quehacer en mayo de 2015. Feliz cumple al abuelo, ahora que temine mi quehacer me tomaré una chela con él.

domingo, 28 de junio de 2015

Una olla de peltre tras el muro de nopal: Kusama en México

Estalagmitas que emergen de sillones amenazando con penetrar a quien se pose sobre estos; falos blandengues sobresalen también de los zapatos; ropas de mujer de las que penden estos órganos amenazantes; el miembro de tela, como una plaga, también brota de una maleta; nuevamente el sexo absurdo, repetido, inevitable dentro de un bote que no zarpa. ¿Cómo huir de este acoso infinito? El escape tendría que ser un espacio abierto donde esa imagen no se reprodujera, pero para Yayoi Kusama no fue así, sino que desarrolló una obsesión en la que vive sumergida, explorándola, tratando de comunicarla. Esta fuga corresponde también a su descubrimiento de la continuidad que une a los seres con el universo: la obliteración en millares de puntos agrisados sobre océanos blancos, como espuma sobre las olas se suspenden en los lienzos de Yayoi Kusama en sus años de Nueva York, sus años de transición y definición.




Algunas piezas vistas en el Museo Tamayo en 2014: el video de un mar de flores en la televisión de una esquina, como una ventana que anuncia la salida; lunares florescentes que tejen su red pasiva sobre muebles en una sala iluminada por luz negra; una lluvia purificadora, protectora, de luces brillantes multiplicadas por espejos en una pequeña habitación que se atraviesa tal como un trance breve; lunares de colores intensos sobre superficies mate, blancas, ausentes que se fusionan en un todo eterno. Los espacios descritos existen son una muestra de la expresión de la vida interna de esta artista japonesa, introducen al espectador a su mundo y, se espera, a una reflexión filosófica más allá del disfrute estético.


¿Por qué Yayoi Kusama estuvo en México, para qué?



La noche del 25 de septiembre de 2014, el Museo de Arte Contemporáneo Rufino Tamayo abrió sus puertas a un público restringido para el recorrido inaugural por la exposición Obsesión infinita. Cuantiosos grupos de visitantes acudieron a ver los lunares de la artista japonesa activa más longeva: Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929) que suma siete décadas creando. Sus pinturas, esculturas, instalaciones y producciones viajaron antes a Brasil y a Argentina donde atrajeron cientos de miles a las salas del Centro Cultural Banco del Brasil y del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.

Sobre la apertura de su muestra retrospectiva en México. El doctor en Historia del Arte, Iván Mejía, afirmó que la exposición de Kusama atraía únicamente públicos de moda en su ensayo "¿Es Yayoi Kusama. Obsesión infinita la democratización del arte?" publicado en la revista Código. Para el experto, la obra de la japonesa es banal, tema de entretenimiento, debido en parte a su colaboración con Marc Jacobs para la firma francesa de alta costura Louis Vuitton.

Efectivamente, los diseños de la artista se cotizaron altamente en consonancia con la marca. Sumado a factores como el valor que adquiere la comercialización del arte, la colección de moda lanzada en 2012, con una tienda exclusivamente dedicada a Kusama en Nueva York, ofrecía joyas, bolsos y zapatos con lunares a precios que iban desde 245 hasta 7,900 dólares. No obstante, ésta no fue la primera intervención de Yayoi Kusama en la moda puesto que en los años sesenta creo su propia boutique en Nueva York: la Kusama Fashion Company, donde se podía adquirir, por ejemplo, vestidos recortados a la altura de los genitales.



Alice in Wonderland,
1968, happening en el Central Park de Nueva York.
(Fotografía tomada del catálogo Yayoi Kusama. Trabajos desde 1949 hasta 2003, Sociedad de Arte de Baunschweig, Alemania, 2004.)


De regreso al recorrido inaugural del Tamayo, los asistentes disponían de poco tiempo para contemplar la obra presentada —tal como fue hasta el 18 de enero de 2015, fecha en que concluyó la exposición— dado que la colección curada por Philip Larratt-Smith y Frances Morris rebasaba el centenar de piezas y atraía ríos de gente. Se contabilizaron 300 mil visitantes esperando horas para conseguir una entrada.

Yayoi Kusama. Obsesión infinita reunió diapositivas, pinturas de pequeño y gran formato e instalaciones. De éstas últimas creaciones, una de las más bellas era Sala llena de espejos-Llena del brillo de la vida (Infinity Mirrored Room, instalación en la que luces LED de colores se reproducen infinitamente en las superficies lustrosas de los muros, del suelo y en dos espejos de agua a cada lado de un camino corto a través del cual el visitante se introduce. Y es allí donde el expectador puede sumergirse en el mundo de la autora de la novela A Manhattan Suicide Addict, la artista recluida por voluntad propia desde 1977 en un hospital psiquiátrico.



Narciso castrada


Durante su infancia, la vida de la pionera del performance no se vio afectada directamente por la Segunda Guerra Mundial. La familia de Kusama se dedicaba a la agricultura en el pueblo de Matsumoto, actividad que les permitió vivir cómodamente. Debido a la lejanía del pueblo natal con las zonas en conflicto, la granja, que producía calabazas en abundancia, gozaba de prosperidad. Y estos frutos fueron para siempre asociados a la alegría en la memoria de Yayoi como una antítesis de los traumas que conforman sus recuerdos familiares.

En agosto de 2014, Kusama entregó una escultura de piedra llamada Yo soy una calabaza (I am a Pumpkin, 2013) para ser exhibida en la calle Marunouchi, una galería callejera de la Mitsubishi Estate y The Hakone OpenAir Museum desde 1972. En un video promocional, Kusama explicó la creación en los siguientes términos:
Las calabazas son muy graciosas, dulces, y esta calabaza tiene un espíritu humano y personalidad. Si descubres lo que está diciendo, creo que te sentirás muy feliz. […] Cuando las obras de arte son expuestas en el exterior […] la gente interactúa libremente con la obra mientras se rodea del cielo, del aire y de la tierra. Creo que, para miles de decenas de personas, éste es el inicio de una interacción espiritual con la eternidad que encuentro extremadamente interesante.
La retrospectiva que albergó el Museo Tamayo no incluyó muestras de estos frutos, sin embargo incluyó algunas de sus primeras pinturas formales. Gracias a este material es posible reconocer una evolución en el trabajo de Kusama, que eligió temas concretos en sus inicios (manifestarse contra la guerra de Vietnam o en favor de la diversidad sexual o en contra de la comercialización del arte), hasta tópicos más personales sustendados en principios universales (la continuidad de la existencia, la interdependencia de los seres). Su filosofía, filias y fobias se traducen en su estilo, inconfundible desde la niñez.

Los temas que la han ocupado necesariamente están vinculados con su biografía. Kusama padeció sus primeras alucinaciones y desarrolló las obsesiones sexuales que han marcado su vida y obra siendo una infante. La artista japonesa era obligada por su mamá a testificar las infidelidades de su padre y era además objeto de las descargas de la ira materna. Su necesidad de expresarse quedó de manifiesto en un retrato de su madre que se ostenta como primera obra en su página oficial y que data de 1939. En éste, la representa vestida de kimono con los ojos cerrados detrás de una red de lunares que se extiende por toda la superficie. Desde ese primer ensayo, las imágenes interpuestas en la visibilidad de Kusama fueron integradas por la esteta y, posteriormente, convertidas en una estrategia de borramiento, una manera de ser una con el universo. Los lunares cobraron el valor de rúbrica a partir de entonces. Al mismo tiempo, se pueden identificar como el lugar seguro, el refugio de la artista por oposición a las oleadas de falos que compuso en otras piezas.

Aunque Kusama aseguró que su madre acostumbraba destruir sus pinturas, la artista perseveró: "Mi madre me dijo que no tenía permitido pintar, que un día iba a tener que casarme con alguien rico y me convertiría en un ama de casa. Cuando era una niña, se llevó mis tintas y lienzos."

Fotografía de David Billa
www.setouchiexplorer.com

[Hasta aquí la primera parte.]