miércoles, 31 de agosto de 2016

¡Salud, don Ramón!


Recuerdo a mi abuelo jodiendo a mi abuelita: "¡Rebeca! ¡Rebeca! Así te hubieran puesto, ese nombre está bien feo como tú", o retándonos los fines de semana: "Abuelito, ya vamos a bañarte" "¿Qué, bañarme? ¡Báñate tú, si tanto te gusta!". Y así, como nene rezongón, pero nada más de dientes para afuera.

Él siempre fue el más trabajador, pensativo, silencioso. Odiaba la música y la tele. A veces trataba de leer el periódico, pero en general le molestaba incluso charlar, era demasiado para él. Mi abuelo era sabío, cuando escuchaba chismes solía cerrar la plática con un: "Ya están viejos, ahí que se hagan bolas".



Aún así, me contó de la época en la que de adolescente huyó de casa porque ya no aguantaba el trabajo de peón en la hacienda de su padre, un viejo cruel y ricachón. Mi abuelo llegó a construir su casa en México con los materiales que mi abuela pepenaba de un brazo del Río Churubusco sobre un terreno de la periferia -en ese entonces-, pagando cada metro cuadrado a crédito semanal.

Él que consolaba a sus hijos chillones restregando fuerte las lágrimas y cargándolos con cariño; que lavaba la casa o guisaba para toda la familia casi a diario; él que vendía zanahorias, luego lechugas en el Mercado de Jamaica; don Ramón, que nunca se quejó de la tortura que la diabetes poco a poco le produjo.

Él que amaba las plantas y me contó cuando otro bracero le enseñó a leer cuando se fue a la pizca de naranja y algodón en California para sostener a su familia.

Mi abuelo Ramón nació el 31 de agosto de 1924 en San Francisco del Rincón, Guanajuato y por fin descansó de tanto quehacer en mayo de 2015. Feliz cumple al abuelo, ahora que temine mi quehacer me tomaré una chela con él.

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