miércoles, 8 de noviembre de 2017

La Hija del Cielo

Cada mañana una sonrisa, una invitación a tomar café, una generosa rebanada de panqué hecho por ella la noche anterior, un abrazo siempre oportuno. Incluso ir de compras o el chismorreo franco era una delicia con Aurora, como me recuerda Carola, su mejor amiga, su “mana”, su niña consentida.

¿Quién iba a imaginar que la oficina sería un segundo hogar hasta con familia? Porque ese sentido tenía para mí su presencia, ¡qué bendición haber formado parte de la familia de Auro! Habría querido que mi propia madre la tratara y habrían sido grandes amigas, pero ya no tuvimos tiempo.

Aurora era calidez empezando por sus ojitos de miel. Generosa hasta desvivirse por sus seres queridos, porque su familia era lo máximo para ella. Ellos eran los protagonistas de tantas historias que nos compartió a la hora de la comida en esta oficina; a quienes les buscaba un recuerdito de Guadalajara cuando viajábamos juntas a las jornadas de trabajo anual en la Feria Internacional del Libro.

En la ceremonia de ayer me habría gustado estar menos afectada, haberme contenido, pero sé que ella me habría abrazado. Y extraño su abrazo, me hizo mucha falta. Aurora era amada hasta hacer volar desde tierras lejanas a amigos y familiares prestos a cuidarla, a quererla siempre, a rendirle su amor. Ella misma, lo dijo su hermana mayor Carmen, habría estado molesta con la disposición de las flores y lo malhecho de los moños. Hubiera organizado todo para que fuera perfecto, bonito y modesto.

Yo querría aceptar su libertad, su transformación inmaterial; aún me es difícil. Acompaño a su familia, a sus hermosas y fuertes hermanas e hijas, a sus queridísimos nietos, a sus sobrinos y primos, los acompaño de corazón. Deseo que podamos todos honrar su memoria disfrutando la vida como ella lo hizo.

*

Hace unas semanas leí la traducción del Rig Veda (Conaculta, 2010) hecha por el doctor Juan Miguel de Mora (1921-2017), entre esas páginas está uno de los himnos dedicados “a la Aurora”. Me di cuenta de que mi amiga había sido definida, en mucho, por su nombre, pues con ella empezaba la vida cada día en nuestra oficina: con su sonrisa, con gozo por vivir. Ella insuflaba el amor en el trabajo y al trabajo, nos unió a todos aquí. (Vale decir que, como profesional, será un reto encontrarle reemplazo.)

Pensando en el himno védico, en esa civilización que valoraba tanto los bienes materiales, mi amiga era una magnífica cocinera. El alimento era sagrado para Aurora. Solía desvelarse para cocinar banquetes con los que agasajaba a sus amigos, a su familia y a su equipo de trabajo. Preparaba cada bocado buscando siempre la sazón perfecta para compartir a quien gustara sentarse a su mesa. Era un agasajo comer con ella.

Justamente este himno, escrito en sánscrito hace entre cuatro y ocho mil años, subraya para mí la vitalidad de Aurora: la vida es ahora, la vida es hoy; el presente se agradece y se disfruta, pues cada día es un nuevo día. Aurora era espontánea, divertida, celebraba cada broma sin lamentarse nunca por las batallas ni las heridas viejas.

Su ausencia se siente al empezar la jornada. Ella encarnaba la belleza matinal. Con su amistad en mi corazón, es parte de mi vida para siempre.


Reproduzco el himno, a su vez, publicado en el sitio de Círculo de Poesía.

a la Aurora
(I. 113)


La luz se aproxima, la más bella de las luces:
el radiante mensajero ha nacido ya poderoso.
La Noche había surgido impulsada por Savitar:
ahora cede su lecho a la Aurora.

La brillante ha venido en toda su blancura con su ternero esplendente;
La negra ha dejado su lugar ante ella:
una y otra de la misma raza, siguiéndose mutuamente de manera infinita,
las dos mitades del día avanzan alternando sus colores.

Común e ilimitada es la ruta de las dos hermanas;
e instruidas por los dioses, una tras otra la siguen.
Ni se tropiezan ni se detienen, están bien ajustadas,
Noche y Aurora, de un mismo corazón aunque de aspecto diferente.

Resplandeciente guía generosa, ella ha aparecido;
radiante, nos ha abierto las puertas.
Actividad de los seres vivientes, ha revelado nuestras riquezas:

la Aurora despierta todas las cosas.

El que estaba acostado cuán largo era,
es incitado por ella, la generosa, a levantarse;
algún otro, a buscar alimentos o riqueza.
Y a los que tienen débil vista, les hace, la Aurora, ver a lo lejos.

Uno buscando autoridad, otro la gloria
y aquél el honor: así cada uno va hacia su objetivo.
Para que consideren las múltiples formas de la existencia,
la Aurora ha despertado a todos los seres.

Esta Hija del Cielo se ha mostrado en la luz,
mujer joven de radiante vestido.
Tú que reinas sobre todos los bienes terrestres,
benéfica Aurora, brilla hoy hacia abajo.

Ella sigue el camino de las auroras pasadas
y marcha en cabeza de las que todavía van a venir.
Al brillar, hace aparecer todo lo que vive,
pero a lo muerto, la Aurora no lo saca de su sueño.

Ya sea que tú hayas hecho encender el fuego
o que a la mirada del Sol te hayas incendiado,
o que hayas despertado a los hombres para el sacrificio,
has recogido un espléndido mérito para los dioses.

¿Por cuánto tiempo estará ella a medio camino
entre las que han brillado y las que brillarán?
Se apega a las primeras llena de sentimiento;
pero pronto sigue, complaciente, a las otras que la esperan.

Quedaron atrás los mortales que vieron surgir la Aurora de otros tiempos.
Es de nosotros de quien ella se deja mirar ahora,
y he aquí que ya se acercan
los que verán las auroras del porvenir.

Rechazando los odios, guardiana de Ṛta,
y nacida en Ṛta, rica en favores, dadora de beneficios,
feliz en sus presagios y llevando al invitado divino,
levántate Aurora: tú eres la más bella de todas.

Hasta el presente la diosa Aurora se ha levantado siempre.
Hoy, una vez más, la Generosa apareció.
Se levantará en los días posteriores.
Sin envejecer y sin morir, ella marcha conforme a su destino.

En los pórticos del Cielo la diosa ha brillado con sus ornamentos;
ha rechazado de sí el negro adorno.
Despertando a los hombres llega la Aurora
sobre su bello tronco de caballos sonrosados.

Aportando su deseada generosidad,
dispone su emblema luminoso visible a los ojos.
Última de las Auroras pasadas, primera de las
que aún nos alumbrarán, ha resplandecido.

¡Levantáos! El espíritu de la vida está en nosotros;
las tinieblas se han ido, llega la luz.
Ella ha desembarazado el camino para que avance el sol:
llegamos a los lugares en que la vida se prolonga.

El oficiante que alaba, por las riendas del discurso
promueve y guía a las Auroras brillantes.
Alumbra pues hoy para el cantor, ¡oh, generosa!
Concédenos una existencia plena de hijos.

Para el mortal que les brinde honores, ellas guardan
las vacas y todos los héroes, las Auroras que suben.
Que pueda alcanzarlos el sacrificante, donador de caballos,
cuando el himno de las generosidades ha pasado como el viento.

Madre de los dioses, rostro de Aditi,
emblema del sacrificio, alta Aurora resplandeciente.
Haz honor a nuestra plegaria, levántate,
déjanos nacer entre los hombres, tú que todo lo concedes.

La espléndida, la bienhechora recompensa,
que dan las Auroras a quien sacrifica y realiza el rito,
quieran conferírnosla Mitra, Varuna, Aditi

y el Río, la Tierra y el Cielo.


Cráter del Nevado de Toluca, fotografía tomada al alba del domingo 15 de octubre de 2017.
Crédito: Silvia Elisa Aguilar Funes.




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