domingo, 28 de junio de 2015

Una olla de peltre tras el muro de nopal: Kusama en México

Estalagmitas que emergen de sillones amenazando con penetrar a quien se pose sobre estos; falos blandengues sobresalen también de los zapatos; ropas de mujer de las que penden estos órganos amenazantes; el miembro de tela, como una plaga, también brota de una maleta; nuevamente el sexo absurdo, repetido, inevitable dentro de un bote que no zarpa. ¿Cómo huir de este acoso infinito? El escape tendría que ser un espacio abierto donde esa imagen no se reprodujera, pero para Yayoi Kusama no fue así, sino que desarrolló una obsesión en la que vive sumergida, explorándola, tratando de comunicarla. Esta fuga corresponde también a su descubrimiento de la continuidad que une a los seres con el universo: la obliteración en millares de puntos agrisados sobre océanos blancos, como espuma sobre las olas se suspenden en los lienzos de Yayoi Kusama en sus años de Nueva York, sus años de transición y definición.




Algunas piezas vistas en el Museo Tamayo en 2014: el video de un mar de flores en la televisión de una esquina, como una ventana que anuncia la salida; lunares florescentes que tejen su red pasiva sobre muebles en una sala iluminada por luz negra; una lluvia purificadora, protectora, de luces brillantes multiplicadas por espejos en una pequeña habitación que se atraviesa tal como un trance breve; lunares de colores intensos sobre superficies mate, blancas, ausentes que se fusionan en un todo eterno. Los espacios descritos existen son una muestra de la expresión de la vida interna de esta artista japonesa, introducen al espectador a su mundo y, se espera, a una reflexión filosófica más allá del disfrute estético.


¿Por qué Yayoi Kusama estuvo en México, para qué?



La noche del 25 de septiembre de 2014, el Museo de Arte Contemporáneo Rufino Tamayo abrió sus puertas a un público restringido para el recorrido inaugural por la exposición Obsesión infinita. Cuantiosos grupos de visitantes acudieron a ver los lunares de la artista japonesa activa más longeva: Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929) que suma siete décadas creando. Sus pinturas, esculturas, instalaciones y producciones viajaron antes a Brasil y a Argentina donde atrajeron cientos de miles a las salas del Centro Cultural Banco del Brasil y del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.

Sobre la apertura de su muestra retrospectiva en México. El doctor en Historia del Arte, Iván Mejía, afirmó que la exposición de Kusama atraía únicamente públicos de moda en su ensayo "¿Es Yayoi Kusama. Obsesión infinita la democratización del arte?" publicado en la revista Código. Para el experto, la obra de la japonesa es banal, tema de entretenimiento, debido en parte a su colaboración con Marc Jacobs para la firma francesa de alta costura Louis Vuitton.

Efectivamente, los diseños de la artista se cotizaron altamente en consonancia con la marca. Sumado a factores como el valor que adquiere la comercialización del arte, la colección de moda lanzada en 2012, con una tienda exclusivamente dedicada a Kusama en Nueva York, ofrecía joyas, bolsos y zapatos con lunares a precios que iban desde 245 hasta 7,900 dólares. No obstante, ésta no fue la primera intervención de Yayoi Kusama en la moda puesto que en los años sesenta creo su propia boutique en Nueva York: la Kusama Fashion Company, donde se podía adquirir, por ejemplo, vestidos recortados a la altura de los genitales.



Alice in Wonderland,
1968, happening en el Central Park de Nueva York.
(Fotografía tomada del catálogo Yayoi Kusama. Trabajos desde 1949 hasta 2003, Sociedad de Arte de Baunschweig, Alemania, 2004.)


De regreso al recorrido inaugural del Tamayo, los asistentes disponían de poco tiempo para contemplar la obra presentada —tal como fue hasta el 18 de enero de 2015, fecha en que concluyó la exposición— dado que la colección curada por Philip Larratt-Smith y Frances Morris rebasaba el centenar de piezas y atraía ríos de gente. Se contabilizaron 300 mil visitantes esperando horas para conseguir una entrada.

Yayoi Kusama. Obsesión infinita reunió diapositivas, pinturas de pequeño y gran formato e instalaciones. De éstas últimas creaciones, una de las más bellas era Sala llena de espejos-Llena del brillo de la vida (Infinity Mirrored Room, instalación en la que luces LED de colores se reproducen infinitamente en las superficies lustrosas de los muros, del suelo y en dos espejos de agua a cada lado de un camino corto a través del cual el visitante se introduce. Y es allí donde el expectador puede sumergirse en el mundo de la autora de la novela A Manhattan Suicide Addict, la artista recluida por voluntad propia desde 1977 en un hospital psiquiátrico.



Narciso castrada


Durante su infancia, la vida de la pionera del performance no se vio afectada directamente por la Segunda Guerra Mundial. La familia de Kusama se dedicaba a la agricultura en el pueblo de Matsumoto, actividad que les permitió vivir cómodamente. Debido a la lejanía del pueblo natal con las zonas en conflicto, la granja, que producía calabazas en abundancia, gozaba de prosperidad. Y estos frutos fueron para siempre asociados a la alegría en la memoria de Yayoi como una antítesis de los traumas que conforman sus recuerdos familiares.

En agosto de 2014, Kusama entregó una escultura de piedra llamada Yo soy una calabaza (I am a Pumpkin, 2013) para ser exhibida en la calle Marunouchi, una galería callejera de la Mitsubishi Estate y The Hakone OpenAir Museum desde 1972. En un video promocional, Kusama explicó la creación en los siguientes términos:
Las calabazas son muy graciosas, dulces, y esta calabaza tiene un espíritu humano y personalidad. Si descubres lo que está diciendo, creo que te sentirás muy feliz. […] Cuando las obras de arte son expuestas en el exterior […] la gente interactúa libremente con la obra mientras se rodea del cielo, del aire y de la tierra. Creo que, para miles de decenas de personas, éste es el inicio de una interacción espiritual con la eternidad que encuentro extremadamente interesante.
La retrospectiva que albergó el Museo Tamayo no incluyó muestras de estos frutos, sin embargo incluyó algunas de sus primeras pinturas formales. Gracias a este material es posible reconocer una evolución en el trabajo de Kusama, que eligió temas concretos en sus inicios (manifestarse contra la guerra de Vietnam o en favor de la diversidad sexual o en contra de la comercialización del arte), hasta tópicos más personales sustendados en principios universales (la continuidad de la existencia, la interdependencia de los seres). Su filosofía, filias y fobias se traducen en su estilo, inconfundible desde la niñez.

Los temas que la han ocupado necesariamente están vinculados con su biografía. Kusama padeció sus primeras alucinaciones y desarrolló las obsesiones sexuales que han marcado su vida y obra siendo una infante. La artista japonesa era obligada por su mamá a testificar las infidelidades de su padre y era además objeto de las descargas de la ira materna. Su necesidad de expresarse quedó de manifiesto en un retrato de su madre que se ostenta como primera obra en su página oficial y que data de 1939. En éste, la representa vestida de kimono con los ojos cerrados detrás de una red de lunares que se extiende por toda la superficie. Desde ese primer ensayo, las imágenes interpuestas en la visibilidad de Kusama fueron integradas por la esteta y, posteriormente, convertidas en una estrategia de borramiento, una manera de ser una con el universo. Los lunares cobraron el valor de rúbrica a partir de entonces. Al mismo tiempo, se pueden identificar como el lugar seguro, el refugio de la artista por oposición a las oleadas de falos que compuso en otras piezas.

Aunque Kusama aseguró que su madre acostumbraba destruir sus pinturas, la artista perseveró: "Mi madre me dijo que no tenía permitido pintar, que un día iba a tener que casarme con alguien rico y me convertiría en un ama de casa. Cuando era una niña, se llevó mis tintas y lienzos."

Fotografía de David Billa
www.setouchiexplorer.com

[Hasta aquí la primera parte.]

martes, 31 de marzo de 2015

El fotógrafo del México nocturno


Silvia Elisa Aguilar Funes


Jesús Magaña Gutiérrez, fotógrafo fundamental del espectáculo y la vida cultural de México, falleció la mañana del 30 de marzo de 2015 a los 81 años. Los especialistas de la fotografía subestimaron su trabajo por estar tan ligado a la farándula, no obstante su legado existe y vive en la memoria de muchos aunque no se le reconozca. Su estilo, modelado por su afición a la pintura, el dibujo y las vanguardias fotográficas se puede reconocer entre los cromos de artistas y la foto de revista de espectáculos en las décadas de 1960 y 1970. Su formación y su trayectoria parecen predestinadas, disfrutó los frutos de su talento y de manera precoz, forzado por problemas de salud, se retiró de los grandes escenarios para brillar nuevamente desde las marquesinas de los cabaretes hasta los años ochenta.


Fue el fotógrafo que creó la imagen definitiva, sensual de Meche Carreño; destacó la belleza de Olga Breeskin; fue el único que captó la desnudez sugerida de actrices como Verónica Castro y Jacqueline Andere. También fue responsable de los desnudos de actores como Rogelio Guerra, Héctor Bonilla y Carlos Piñar. Asimismo, sus retratos de Diana Bracho, Helena Rojo, Dolores del Río, María Félix, Lucha Villa y todas las primeras actrices del momento, persisten como retratos de una época específica presentada al público desde una perspectiva del erotismo de gran sensibilidad artística.

Jesús Magaña, o Jemagú, como le gustaba firmar, vivía en medio de recuerdos, de su trabajo, que finalmente es memoria impresa. Los útlimos años, antes del asilo, en cada frente de su casa en Muzquiz, acumulaba alteros de periódicos amarillentos y terregosos. Había que abrirse paso como entre la maleza para colocar las sillas donde nos sentamos a charlar todos los sábados de 2007, un año entero entre fotografías, revistas, negativos y esoterismo.

Desde su infancia en Guadalajara, Jalisco, dibujaba. Tenía como modelo las caricaturas de Walt Disney que representó en vitrales desarrollando talento para la composición. En la adolescencia, Magaña empezó a diseñar zapatos para el negocio de la familia, que se regía por la severa mano de su padre. De tal modo, Jemagú únicamente gozaba de libertad al dibujar calzado femenino. En la década de los 50, cundo su familia estaba instalada en México, Magaña se enfrentó a su padre para estudiar pintura y exigió vivir solo. La insólita respuesta del padre fue positiva, pues se arriesgaba a perder al eficiente y prolífico diseñador de zapatos que amenazaba con irse del taller que tenían en Tepito.

Poco a poco, los estudios truncos en pintura y la primera foto tomada a oscuras tras bastidores de un teatro, proveyeron los elementos para futuras composiciones carnales, eróticas, originales. Jemagú me contó sus inicios de la siguiente manera:

En la plaza de Santo Domingo había una señora que vendía fotografías, le caía bien y me guardaba originales de artistas de cine. Ahí conocí a Salvador Durán, un bolerito coleccionista. Un día Salvador me pidió que lo acompañara al Teatro Lírico. Llegué a camerinos por primera vez. Él llevaba una cámara y dijo: “Tómale fotos a las muchachas”.

En el pasillo tomé fotos a una tiple argentina que posó en la oscuridad. El momento, aunque fallido, fue altamente adictivo. La segunda vez que lo acompañé retraté a Linda Porto, en sentido estricto mi primera modelo porque sugerí las poses. Esta vez llevé mi cámara Baby Brown. Motivado por la calidad fui a la revista Cinema Reporter y le mostré a Cantú Roberts mis fotografías. Estaba viéndolas cuando de pronto cerró los ojos y se puso los dedos en las sienes. Le pregunté si se sentía mal. Me respondió: “No. Me estoy haciendo una chaqueta mental”. Me pagó el reportaje y me prestó una cámara Rolleiflex que le regresé cuando compré una Minolta de la misma calidad.

A partir de ese momento, Magaña empezó como free lance ofreciendo sus servicios a cuanta mujer se dejara capturar por su cámara. Posteriormente, fue contratado como fotógrafo oficial de diversas revistas de cine y televisión como Estrellas de Cinelandia. En cine, participó como foto fija de diversas producciones además de realizar las carpetas de presentación de muchos actores. Asimismo, llegó a ser el fotógrafo oficial de la Muestra Internacional de Cine de Acapulco.

Meche Carreño. Foto: Jesús Magaña

Gracias a su autodidactismo, a su pasión por conocer todas las propuestas fotográficas de sus contemporáneos, nacional e internacionalmente, desarrolló un estilo propio.
Su mirada llegó a convertirse en la prueba de fuego para un actor en sus primeros pasos en la farándula mexicana. Él controlaba por completo los procesos: vestuario, escenografía, maquillaje, iluminación, cada fase era producto de su creatividad; constituía un equipo completo siendo un solo hombre. Así improvisara cortando la ropa de sus modelos, ellos accedían porque querían ser retratados por Magaña.

Incluso, en la cúspide creativa, su estilo también quedó plasmado en las revistas en las que colaboró, pues intervino en los diseños de las portadas proponiendo tipografías, texturas, colores, lo que un comunicador visual hace actualmente. Era versátil.

Elsa Aguirre. Foto: Jesús Magaña
Durante el año en que acudí a entrevistarlo en la casa donde vivía solo y donde seguía escribiendo sus colaboraciones para revistas esotéricas descubrí que sus materiales eran valiosísimos. Sin embargo, en nuestro país nadie intentó nunca rescatar ese archivo pese a ser un documento de una parte de la vida cultural y pese también a su potencial lucrativo. Surgían ideas para ayudarlo a mejorar su situación, por lo que junto con uno de sus hijos, nos dimos a la tarea de recuperar algunos de los negativos.

El material tenía que ser seleccionado así que pasamos muchas mañanas inclinados sobre una pequeña caja de luz. Las imágenes nos satisfacían, su propuesta era claramente superior a la de muchos fotógrafos: desde los retratos de escritores, artistas y vedettes, hasta las clásicas de viejitos de cantina y las familiares. Las horas sobre los negativos en la vivienda húmeda y oscura, el dolor de cabeza, valía la pena por ver aquellos tesoros sin revelar.

Jesús Magaña, como otros personajes de gran talento, los últimos años vivió en un asilo. Para la mudanza de Muzquiz a la residencia de ancianos en Coyoacán, lugar más próximo a los hogares de su familia, tuvo que deshacerse de mucho material. En el caos, sus negativos fueron malbaratados a un tianguista de cachivaches de segunda mano. Hasta hace cuatro años todavía podía sostener una conversación continua, incluso hizo retratos de algunos de sus cohabitantes con una cámara sencilla, no profesional. Y también empezó a olvidar cómo fue que conoció a Meche Carreño o cuál fue el proceso creativo con Silvia Pinal, ni cómo era su relación con Julio Bracho o Alejandro Jodorowsky. También empezó a olvidar a Isela Vega, Angélica Chaín, Ana Bertha Lepe, Elsa Aguirre...

En su momento, Carlos Monsiváis rechazó las fotografías para el Museo del Estanquillo; el Instituto de Investigaciones Filmográficas de la UNAM no pudo costear el rescate del archivo Jemagú; el Instituto de Investigaciones Históricas de la Fundación Carso desestimó el material. El Financiero, Cuartoscuro, De Largo Aliento y Milenio dieron atención en los últimos años publicar semblanzas y comentarios sobre el fotógrafo de Guadalajara.

Verónica Castro. Foto: Jesús Magaña
Hoy sus fotos están por allí, a la venta, anónimas como estampitas de colección; en los periódicos de la Hemeroteca Nacional, incluso en los blogs de fanáticos de los artistas de las década del 60; en mi tesis de licenciatura; su material sigue vivo en el colectivo que es la cultura y al que todos subimos, como dijo Alejandro González Durán, uno de mis entrevistados del reportaje biográfico gracias al cual me acerqué a la obra de Magaña.

De esa investigación tuve muchas lecciones de vida además de obtener un panorama más amplio de cómo funciona el mundo cultural y del entretenimiento en nuestro país. Agradezco haber estado cerca y haber tenido este aprendizaje valioso. Jesús Magaña Gutiérrez se va en días luminosos, ideales para recrear imágenes sensuales, de la belleza de la vida, como las que legó.

martes, 17 de marzo de 2015

Carmen Aristegui y MVS

Carmen Aristegui no es santo de mi devoción, pero estoy de acuerdo en que era de lo menos peor. Mis asegunes son los siguientes.

Da la impresión de que la entronizan con un trato más fanático que crítico o de verdaderos ciudadanos informados —que de todos modos no es el caso, limitados a su noticiario, somos espectadores o escuchas—. A final de cuentas, el periodismo es una forma de producción también, a mucha gente no le queda claro esto o no lo quiere admitir, pero es así: la información nunca llega impóluta a nadie, es un producto que se modifica desde que es una parte de la realidad que se recorta para ser mostrada a otros. Ni siquiera a través del tamiz de Carmen Aristegui: la verdad no existe, ella, ni ningún otro medio o personalidad de los medios de difusión, es Prometeo con la antorcha bajando el fuego a los hombres.

Muy aparte de que su trabajo esté bien hecho y de que su opinión sea respetable, es su trabajo, su fuente de ingresos. El periodismo es público, sí. El gobierno presente está metiendo mano, es evidente. Respeto a esta periodista, pero no es San Sebastián ni somos ingenuos devotos. No pidamos peras al olmo, no salgan con que "MVS me decepciona". MVS es una empresa igual que Televisa o que Canal 22 (que es concesionaria, no permisionaria del estado), igualito que Radio Centro y CNN. Son empresas con intereses de lucro definidos desde su fundación.

El gobierno está haciendo un papel idiota y corrupto. Pero si ella no está —lo cual no va a ocurrir porque mueve a mucha gente (consumidores) y eso es mercado-rating-éxito-de-ventas—, no significa que se coarte nuestro acceso a la información. La información está allí para quien quiera buscarla, los periodistas somos únicamente mediadores; nadie tiene la verdad.

La lucha no es por Carmen Aristegui ni porque su programa ya no es rentable para MVS con respecto a sus relaciones con el gobierno de Enrique Peña Nieto. El tema es que los ciudadanos no ejercemos nuestras obligaciones ni entendemos nuestros derechos con respecto a la información (por cierto, es importante saber que los archivos de la Guerra Sucia han sido clasificados, aquí enlazo a una nota de El Universal sobre esta reciente modificación). Escuchemos radios comunitarias, leamos blogs, leamos, entre líneas sobre todo, todos los medios y no gastemos, compartamos información; un medio no nos va a dar la verdad, muchos nos ayudarán a construir panoramas más amplios.


viernes, 13 de marzo de 2015

Gesundheit! de Patch Adams y Maureen Mylander

Reseña

Patch Adamas, Maureen Mylander
Gesundheit!
Gesundheit Institute
West Virginia, 1997


 

El programa chileno de entrevistas Qué bello es pensar tuvo como invitado especial al doctor Patch Adams a propósito del biopic homónimo protagonizado por Robin Williams. En sus primeras respuestas, el médico reveló su inconformidad con la representación:

 

El lapso que transcurre en la película fue cuando yo estaba en la escuela de medicina, entre 1967 y 1971. Los Estados Unidos estaban en medio de una revolución contra la guerra de Vietnam, una revolución contra el racismo y el movimiento por los derechos civiles. Yo estaba metido en ambos. Y la película me muestra como si fuera un médico divertido.   El amor y el humor, fuera de contexto del cambio social, son diversión. Así que la película me convierte en diversión, cuando lo que yo quiero es usar el amor y el humor, es decir, que las personas se pongan a favor del amor y del humor y que  pongan en un cajón el amor por el dinero y el poder excesivo.


Sin embargo, tal como anuncia la portada del libro, ha sido gracias al melodrama hollywoodense que la propuesta de Adams ganó popularidad.

Los servicios de salud estadounidense se organizan con base en un sistema crediticio: el seguro médico administra los gastos que son costeados directamente por el paciente, lo que le confiere calidad de cliente. En este esquema, es natural para los profesionales de la salud de ese país solicitar todo tipo de estudios para hacer un diagnóstico respaldado tecnológicamente, aún si no son necesarios. Las pruebas realizadas a costa del bolsillo del paciente son previstas como argumentos de defensa en caso de que el médico enfrente una demanda por negligencia.

Las consecuencias de este sistema, similar al modelo europeo, son que el paciente siempre está endeudado. Por otra parte, de acuerdo con el doctor Patch Adams, el servicio de salud estatal es insuficiente para atender a la población estadounidense. Inherente a este sistema, surgieron y han progresado los seguros contra demandas por negligencia médica, factor de aumento de sus costos.

En México, las demandas por negligencia son infrecuentes o improcedentes por las peculiaridades de nuestro sistema judicial. Sin embargo, existe una característica común al ISSSTE, IMSS, Seguro Popular, los servicios particulares y, en general, a los servicios médicos del mundo: la distancia y frialdad aséptica de quienes se ocupan del cuidado de la salud. Desde la formación de los médicos y enfermeros, la consigna es evitar involucrarse con sus pacientes. Contravenir dicho principio se considera una violación de la ética profesional.

De acuerdo con las experiencias del doctor Patch Adams y del equipo que ha trabajado bajo su dirección en el Instituto Gesundheit, las barreras que se interponen al paciente impiden conocer a profundidad el origen de sus males tanto como obstaculizan la aproximación adecuada para restablecer la salud. Como propuesta, su modelo de servicios de salud ha transformado la relación médico-paciente en una relación basada en la confianza, la amistad y el humor. Los fundamentos de las prácticas médicas de Adams se reúnen en el volumen Gesundheit! (“¡Salud!” en alemán) así como sus planes para el instituto al que ha dedicado su vida.


A través de la obra, Hunter Doherty “Patch” Adams revela su vida, formación, carrera profesional y los fundamentos del Gesundheit Institute al tiempo que cuestiona el esquema de salud de su país. La obra se compone de varios capítulos con testimonios de pacientes y colaboraciones de parte de su equipo; pero parte de las memorias de Adams que dan sustento a toda su empresa.




Durante la adolescencia, las ciencias exactas eran pan comido para Adams, no obstante la socialización fue dura en esta etapa. Fue un activista asociado a organizaciones en contra de la guerra de Vietnam y defensor de la igualdad de derechos de los negros, pero también fue un chico para quien conseguir una cita o sentirse comprendido resultaba imposible. No obstante, tenía dificultades para hacer lazos fuertes. De las mudanzas constantes de la familia Adams —debidas al cargo militar del padre—, aunque Patch aprendió a relacionarse rápido, padeció profunda incomprensión y aislamiento.

Sumado a este proceso, el joven Hunter también estaba alejado de su papá. Para el pionero de la risoterapia, la última semana de vida de su padre fue el único lapso en que confiaron uno en el otro. La ausencia del hermano y la madre durante esos únicos siete días propiciaron que el padre confesara cómo lo había afectado su participación en la guerra de Vietnam. Lo angustiaba la culpa por haber colaborado en un enfrentamiento en el que no se podía distinguir a “los malos de los buenos”, a diferencia de la Segunda Guerra Mundial, en la que también luchó y en la que para él era mucho más clara, moralmente hablando, su participación. Al término de esa semana, el padre murió de una afección cardiaca.

Esta pérdida, seguida del suicidio de su tío más querido, llevó a Patch a un desequilibrio emocional tal que solicitó a su madre que lo internara en un hospital psiquiátrico. En ese lugar, Adams constató que el trato indiferente hacia los internos no mejoraba su situación. Al salir, se incorporó a la escuela de medicina donde promovió sus convicciones: el paciente debe ser tratado con afecto y respeto, como un amigo, posición que incluso le dificultó la obtención del grado al término de sus estudios.

Junto a estos postulados desarrollados en su juventud, Adams asegura que el médico debe entregarse por completo a su vocación. El compromiso con el cuidado y fomento de la salud implica, desde su punto de vista, que debe ser gratuita, financiada por fondos ajenos a la relación amistosa entre el médico y su paciente.

Es por ello que el
Instituto Gesundheit ofrece servicios gratuitos a cualquier persona que llegue a sus instalaciones en Virginia Occidental. El hogar de Adams y su equipo se ha adaptado como hospital, sin embargo, es el antecedente de un proyecto gigantesco que incluirá salas quirúrgicas, áreas de juegos, bibliotecas, teatros, cabañas para el personal, una alberca pública y áreas de investigación. El instituto de ensueño no se ha materializado aún debido a la falta de financiamiento, lo que no les ha impedido ofrecer atención médica gratuita desde 1970 además de constuir algunas secciones del instituto y recibir, de manera muy especial, pacientes-voluntarios.

El edificio en el que se alojan los médicos promueve el estilo de vida comunitaria, que incluye la alimentación orgánica y el mantenimiento de una granja. Allí también se ofrecen servicios de medicina alternativa, psicología y especialiades, todo lo posible para ayudar a mejorar la calidad de vida de cada ser humano que cruza la puerta.



Patch Adams con su nieta, 2015.

La lectura de Gesundheit! conlleva discusiones sobre cómo alcanzar un modelo de salud gratuito, amistoso, holista y con especial énfasis en el humor. ¿Cuáles son los límites éticos del compromiso del médico con su paciente una vez que son amigos? ¿El financiamiento de terceros no implica necesariamente la dependencia de un sistema de beneficencia (estatal o pública)? ¿Es viable en los Estados Unidos? ¿Qué elementos del modelo son factibles en los países del Tercer Mundo? El Instituto Gesundheit ha dado pasos valiosos en la calidad de vida de quienes han participado en éste o han sido atendidos por su personal. Gesundheit! incluye el testimonio de un hombre enfermo de artritis cuya situación mejoró notablemente por un cambio clave en el tratamiento: se puso énfasis en su vida afectiva antes que en sus padecimientos físicos.

El libro está disponible únicamente en formato impreso en lengua inglesa
* y su distribución se restringe a la
venta en línea para recaudar fondos para el Instituto Gesundheit. Expone un modelo de atención médica, siempre debatible pero no por ello menos valiosa, además de una variedad de principios de vida. No se trata de un libro de superación al estilo americano, aunque ofrece una perspectiva optimista. Incluso al final, Adams añadió un epílogo donde cuenta que se divorció y que no se ha concretado la edificación total del instituto. Se trata, pues, de una propuesta que debe ser considerada por los profesionales de la salud en todo el mundo.


(Las imágenes utilizadas son de la cuenta pública en Facebook del instituto, donde se pueden seguir sus actividades.)


* Recién se publicó la edición en español de Gesundheit!, aquí el enlace.

jueves, 22 de enero de 2015

Las luces de nuestros caminos

Es un día triste, ojalá sepas que no dejamos de pensar en ti.

Si la vida fuere menos engañosa, menos corrupta, menos compleja, menos distante, escribir carecería de sentido. En la injusticia caben todas las palabras previas. Y es a ella a la que temo.

Sólo se puede escapar por medio de la mente. Ojalá pudiéramos ser como los gatitos, indolentes. Pero no tenemos el don de volvernos autistas a voluntad. Nos quedan las letras, los rayones por trazar en el cuaderno, nos quedan las fotos y las llamadas telefónicas.



Pienso mucho en todos los caminos por los que pasamos juntos. Yo era la única que no dormía porque me daba miedo que se te pegara el sueño, tal como nos advertías cuando conducías de noche. Mi hermana y mi mamá se vencían por el arrullo cuando viajábamos en la camioneta. Para no dormir, yo cantaba todo lo que sonaba en el estéreo del auto, miraba la luna y los arbustos, las sombras de los árboles y las calvas de los cerros bañados de luz de plata al lado de las carreteras.


Recuerdo sobre todo el recorrido que hicimos hacia Michoacán. Una carretera de vueltas en descenso, cercada por el verdor de los bosques a cada lado. Íbamos a tomar el camino de Pátzcuaro antes de dirigirnos a Zamora. No recuerdo bien cada pueblo. Como en los sueños, no hay tiempo que sea preciso en mi memoria, pero estaba soleado.

El verde se tornaba amarillo entre las hojas de los árboles que filtraban la luz del sol. Viento fresco en mi rostro, mi cabello enredándose, formando nudos, liberando mi cabeza de toda aprensión. Sentía la velocidad en mis pómulos, refrescante, con la confianza plena en tus manos sobre el volante.


En ese viaje paramos en Paracho y compramos un moisés de muñecas. Allí nos hospedamos en un hotel donde se presentó un espectáculo de baile folclórico. Apenas recuerdo los labios encendidos de las mujeres que taconeaban en el patio, sonrientes bajo la lluvia de serpentinas y confeti multicolor. Alma y yo jugando en la casita de madera en el pasillo cerca de la habitación. El juego consistía en escondernos de otros huéspedes y salíamos corriendo cada que alguien se acercaba.

Unos días después, Alma y yo tratábamos de acurrucar a los gatitos del rancho del bisabuelo en el moisés. De inmediato, los felinos pulgosos huían y los metíamos de nuevo. Parecía un juego interminable. También fue en esos días la primera vez que probé el requesón.

Aunque los visitábamos a ellos, los bisabuelos eran raros, extraños para mí. Mi abuelita alguna vez dijo que la piel de la espalda de su papá era como una costra gigante. Decía que la resequedad de su piel era tanta que su segunda esposa, Justina, mi bisabuelastra, lo fregaba con alcohol para calmar el escozor. Su recámara estaba en tinieblas, nunca entré allí, sólo vi desde la puerta una escalera de esas que los paisanos tallan toscamente en troncos de madera, como las de los mineros. Por allí se subía a un granero en el desván de la casa.

Una noche, Justina nos contó historias de miedo mientras cenábamos, "La Charra Negra" debe haber sido. Después, mi hermana y yo estuvimos jugando en un montón de olotes hasta que nos salió, de entre los troncos de elote desgranados, una tarántula. Su pelo era color miel. Justina nos apartó y luego terminó la cena. Esa noche mi papá vio una estrella fugaz mientras esperábamos en el huerto a mi mamá para irnos a dormir.

Fueron días lluviosos. Estuvimos poco tiempo allí, quizá un par de días. Se grabó en mi memoria la despedida del bisabuelo, melodrámatico pero acertado. Estábamos por salir de regreso a casa. Mi mamá me había peinado y fui al cuarto donde dormíamos para guardar el cepillo en la maleta. Allí estaba sentado el viejo, me dijo: "Ustedes son la alegría de la casa, atrapando a los gatos... Cuando vuelvan ya no me van a encontrar". Tal vez era septiembre u octubre de 1992 o 1993, el viejo tenía 90, yo tal vez 8 o 9. Murió el último día de ese año.



Yo esperaba ver luciérnagas, papá, pero esa ocasión no las hubo. Ya nunca regresamos al rancho. Recuerdo estas cosas, pero he olvidado mucho; otras escenas escapan antes de que pueda describirlas. Ojalá podamos viajar juntos de nuevo, mirar las brujas en el camino, esas piedras volcánicas que salen volando y atraviesan los cielos en la carretera por las noches. Quiero mirar todo tipo de luces juntos.